Las tardes de verano
derrama tu perfume aguamarina
y sueño que tu mano
me acaricia, y termina
la espera que me mete en la neblina
de los días oscuros.
Tú no vas, yo no voy y nada se mueve.
Hoy no existen conjuros
que la pena se lleve,
que pinte este dolor y lo haga leve
solamente un momento
para que después sea soportable
la música del viento
dando golpes de sable
cuando el dolor resulta inevitable.
Es verano y hace frío,
la cama de noventa se hace enorme,
tanto como el hastío,
con el dolor conforme
y la pena me pone su uniforme
para seguir soñando
con más historias que acaban igual.
El invierno llorando
en veranos de sal
muriendo en arrecifes de coral.

Aquí comienza el camino de nuevo. El presente avanza aunque yo no lo sienta y los días se consumen con la misma celeridad. Propuse recuperar los albores de los sonidos y no me considero un traídor. Así que, desafiando a todas las debilidades y deseos de desistir durante el tiempo necesario, y absorbiendo el dolor natural, doy el primer paso. Mi agradecimento infinito a quienes me siguen acompañando y desde el cielo estoy oyendo un aplauso.
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