Las tres de la madrugada
del insomnio congelado
y se pierden las agujas
de los relojes parados.
Busco en los sueños perdidos
las caricias de tus manos,
el calor de tus palabras
que me devuelva el verano
escondido en el vacío
de unos muelles desgastados.
La mesa donde tus cremas
se apropiaban del espacio
tiene dibujadas lágrimas
de nostalgia y de quebranto,
su madera seca añora
la hidratación del pasado,
los aromas de la luna
que la ausencia ya ha borrado.
Las seis de la madrugada,
todo está en el mismo estado
que aquel veintiséis de abril,
cuando tus huellas llegaron
a cambiar el universo
y a sacarme del barranco
que habité durante meses
y al que ahora he regresado.
Las ocho de la mañana
y el silencio es demasiado,
la tristeza es demasiada
y el vacío se hace largo
sin tus locuras y ruidos,
sin tus besos, tus abrazos,
sin la luz que regalaba
el milagro de tus labios.

Aquí comienza el camino de nuevo. El presente avanza aunque yo no lo sienta y los días se consumen con la misma celeridad. Propuse recuperar los albores de los sonidos y no me considero un traídor. Así que, desafiando a todas las debilidades y deseos de desistir durante el tiempo necesario, y absorbiendo el dolor natural, doy el primer paso. Mi agradecimento infinito a quienes me siguen acompañando y desde el cielo estoy oyendo un aplauso.
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